La falta de límites durante la adolescencia y las conductas violentas suelen ser consecuencia de la falta de límites durante la infancia y de dinámicas familiares que no permitieron la adquisición de pautas de comportamiento adecuadas entre los propios miembros de la familia y el entorno social ampliado, como la escuela o participación en otros grupos de iguales.
¿Hasta qué punto los padres deben ser pacíficos con actitudes violentas de los hijos?
Por desgracia, cada vez es más común escuchar, conocer o presenciar situaciones en las que un hijo/a agrede a sus padres. Por dar un dato, en España, por ejemplo, las denuncias de padres a menores se han duplicado en los últimos cinco años, llegando a registrarse 5.000 casos.
¿Qué estamos haciendo mal o que no estamos haciendo como padres?¿Por qué se producen este tipo de agresiones?
Podríamos decir que la falta de límites desde que son pequeños, son una parte importante para que a futuro ,sobre todo en la adolescencia, se desencadenen este tipo de conflictos. Los niños necesitan una serie de normas que van interiorizando conforme se van haciendo mayores. No hacerlo a su debido tiempo puede traducirse en un niño con síndrome del emperador, es decir, chavales que manipulan y dominan a sus padres.
El niño aprende que todo aquello que hace o dice le está permitido o se le concede sin ningún tipo consecuencias o coste. Con el paso del tiempo, cualquier tipo de comportamiento inadecuado se volverá habitual en el modo de actuar y se instalará como modelo de ser.
Muchos adultos son conscientes de la situación que viven en casa, pero no se atreven a hacer nada: ni ir al psicólogo ni mucho menos denunciar. Se sienten culpables por no estar haciéndolo bien y se bloquean.
Consideran que, quizás, es una situación pasajera y que hablando con el pequeño se puede arreglar. Intentan poner todo de su parte para solucionarlo pero, en ocasiones, es demasiado tarde y se pasa a la violencia física.
Los niños aprenden más por lo que ven que por lo que escuchan, de ahí que muchos de los jóvenes agresores repitan un comportamiento que han podido experimentar en sus propias carnes (han sido víctimas de acoso escolar o de bullying) o han visto en su casa (los padres discutían a menudo delante de los niños o, incluso, se daban situaciones de agresiones entre los adultos).
Por la sociedad en la que vivimos, los jóvenes están recibiendo mensajes errores como que no hay que esforzarse mucho por conseguir las cosas y, eso por supuesto, es otro motivo que está detrás de las conductas agresivas.
Hay que educar al niño a que no se puede tener todo lo que quiera.
¿Cómo poner límites de manera saludable?
La mejor forma para poner límites es establecer reglas y pautas de convivencia familiares claras que no se rompan cada cinco segundos, que tengan acuerdo de palabra y de hecho, de ambos padres o de los convivientes bajo un mismo techo.
La comunicación es otro elemento fundamental. Si el chaval puede decir lo que piensa cuando lo piensa y además puede reflexionar sobre lo que siente, es mucho más fácil crear un marco de respeto y confianza que perdure. Si los gritos, los silencios y los castigos sin sentido se mantienen como en un régimen militar, no se van a lograr cambios que perduren sino más bien mejores formas de buscar desafiar lo establecido.
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